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CRUCERO LITERARIO POR
EL NILO
El señor Blondin levantó las manos. —¡Hay muchas cosas, señor Poirot! Los viajes, por ejemplo —Sí, en efecto, se puede viajar. Ya lo he hecho en muchas ocasiones y me ha sentado bastante bien. Este invierno pienso ir a Egipto. El clima, según dicen, es soberbio. ¡Así escaparé a la tediosa monotonía de las nieblas perpetuas de los tonos grisáceos, de la lluvia que cae incesantemente! —¡Ah, Egipto! —suspiró el señor Blondin. —Ahora se puede ir allí evitando el mar, excepto en el obligado paso del canal. —¡Ah! ¿No le gusta el mar? Hércules Poirot movió la cabeza y se estremeció imperceptiblemente. —A mi tampoco —declaró el señor Blondin con simpatía—. ¡Es curioso el efecto que ejerce sobre el estómago! —Pero sólo sobre ciertos estómagos. Hay personas a quienes el movimiento no les causa la menor impresión. Incluso les gusta —Una incoherencia del Señor —corroboró el señor Blondin. Movió tristemente la cabeza y tras expresar un impío pensamiento desapareció.